Como bien sabemos, nuestro cerebro está dividido principalmente en dos hemisferios, el hemisferio izquierdo y el derecho, unidos entre sí por el cuerpo calloso.

          Nuestro hemisferio izquierdo es especialista en lenguaje, lógica, manejo de la información matemática, en la planificación, ejecución y toma de decisiones, en el control del tiempo, en la atención focalizada y en la memoria a largo plazo entre otras funciones. Hay que decir que aunque estas funciones están localizadas en este hemisferio, existen personas que tienen desarrolladas estas funciones repartidas en ambos o incluso en el derecho. La manera en que este hemisferio procesa la información que recibimos a través de nuestros sentidos es de «análisis», es decir capta información  y la va descomponiendo por piezas dividiéndola en partes y viendo como encajan unas con otras.

          Por otra parte, nuestro hemisferio derecho, está especializado en sensaciones, sentimientos, habilidades visuales, espaciales y sonoras. Procesa la información de forma muy diferente al hemisferio izquierdo. El hemisferio derecho capta los sonidos, imágenes, olores, sensaciones y la procesa como un todo. Hay que resaltar que de la mayor parte de la información que captamos  por nuestros sentidos y procesamos a través de este hemisferio no nos damos ni cuenta.

          A través del cuerpo calloso,que es una estructura de fibras nerviosas, ambos hemisferios se comunican y se complementan.

Pero ¿cómo se comunican con nosotros?

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Pues bien, el hemisferio izquierdo se comunica con nosotros a través de las palabras, los pensamientos. Trabaja constantemente en crear relaciones lógicas y explicaciones a todo lo que percibimos. Esto no significa, como veremos más adelante que siempre sean «lógicas» y «bien explicadas».

El hemisferio derecho se comunica con nosotros a través de sensaciones corporales, imágenes, símbolos o emociones. El problema que tenemos con mucha frecuencia es que prestamos más atención a nuestros pensamientos y muy poco a las sensaciones y emociones que tenemos y, cuando esto ocurre rápidamente nuestra mente «pensante» se pone a trabajar para aplicar una lógica a eso que sentimos y que no sabemos como interpretar.

          Nosotros, como Seres Pensantes, hemos aprendido que la razón es superior a la emoción y que por tanto sólo a través de ella podemos funcionar en la vida. Si bien es cierto que los humanos poseemos esta grandiosa capacidad, limitar nuestra vida a ella con exclusividad, nos lleva a en ocasiones no funcionar como queremos . Es entonces cuando comienzan a surgir diferentes trastornos como la ansiedad, depresión, ira, problemas en las relaciones, apatía..

¿ Entonces? ¿pensar o sentir?

           Pues las dos cosas. Es aconsejable dejar espacio para ambas acciones. En ambas es imprescindible una toma de consciencia, estar atentos y atentas a cualquier señal.

         Las personas “más racionales” tienden a buscar una explicación a todo. Y esto está bien, sin embargo una buena estrategia es la de analizar por escrito nuestras interpretaciones y no dejar a la mente divagar. A continuación cuestionar nuestros razonamientos ya que nuestra primera explicación lógica va a estar cargada de creencias acumuladas durante años y probablemente éstas nos impidan llegar a una conclusión más acertada. Por ejemplo, achacar una ansiedad a una carga de trabajo en lugar de a un estado de insatisfacción personal.

         Cuando nos acercamos al plano de las sensaciones físicas, este procedimiento se dificulta ya que nadie nos ha enseñado a escuchar a nuestro cuerpo. Esta parte de escucha corporal requiere un entrenamiento en atención plena o mindfulness. Aprender a atender sin juzgar nuestras sensaciones corporales, ser observadores y dejar espacio en nuestra mente para el entendimiento. Sólo así nos permitiremos acceder a esa información sin que nuestra mente “lógica” intervenga y la dote de explicaciones “racionales”